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domingo, 6 de abril de 2025

 

El aroma del mar cargado de sal y óxido envolvía el buque contenedor Águila de Hierro, un mastodonte que navegaba en la noche como un espectro. Desde la cocina, entre ollas desgastadas y el murmullo constante de las máquinas, Sebastián Cifuentes se aferraba al cuchillo que sostenía, no solo como herramienta para trinchar carnes, sino como una extensión de su propia supervivencia. Nadie, salvo unos pocos en las sombras, sabía que el hombre que destilaba caldos y preparaba salsas con la precisión de un cirujano era, en realidad, un agente al servicio de la República. Sus misiones eran secretas, incluso para sus camaradas de a bordo, hombres y mujeres que solo lo conocían como "el cocinero". Detrás de su delantal blanco y su aparente monotonía, había un hombre enredado en una guerra invisible que enfrentaba no solo naciones, sino ideales. En ese momento, mientras el buque atravesaba las aguas del Mediterráneo, Sebastián meditaba sobre los ingredientes de su próximo plato y, simultáneamente, sobre el peligroso mensaje oculto en un frasco de especias que aguardaba en la despensa. Era una comunicación codificada destinada a una célula insurgente en Marsella, un eslabón más en la cadena de intrigas que cruzaba continentes y que podía cambiar el curso de la historia. Sebastián no era un héroe convencional. No llevaba un arma al cinto ni buscaba gloria. Su campo de batalla era discreto: reuniones clandestinas en mercados portuarios, recetas que servían como claves cifradas y comidas compartidas con enemigos que ignoraban su verdadero rostro. Era un hombre atrapado entre su amor por la cocina y su deber hacia una causa que lo había reclamado desde joven, cuando vio su hogar arrasado por las fuerzas de quienes ahora combatía. El Águila de Hierro, no solo transportaba mercancías; llevaba secretos que podían alimentar revoluciones o arruinar gobiernos. Sebastián lo sabía, y cada amanecer que se reflejaba en el casco oxidado del buque era un recordatorio de que, en este juego de espías y traiciones, no había plato más peligroso que la verdad. Y mientras afilaba el cuchillo, miraba por la pequeña ventana de su cocina, hacia un horizonte cargado de incertidumbre, Sebastián sabía que el próximo puerto podría ser el último. Pero, hasta entonces, seguiría navegando entre los fuegos del olvido, armado con especias, astucia y un corazón dividido entre la paz y la guerra.