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lunes, 30 de diciembre de 2024

La noche caía con un peso ominoso sobre el Estrecho de Gibraltar, donde el viento arrastraba consigo el olor salado del mar y el rumor de un destino que aún no se atrevía a revelarse. En la penumbra, un hombre envuelto en una capa oscura miraba las aguas agitadas desde una escarpada colina. Era Táriq ibn Ziyad, comandante bereber y siervo del califa de Damasco, pero en ese momento no era ni general ni emisario de un imperio lejano. En ese instante, era un hombre en comunión con el abismo de lo desconocido. A sus pies, la pequeña flota que había traído desde el Magreb se balanceaba con el oleaje, sus velas apenas visibles bajo la pálida luz de la luna. En aquellas embarcaciones viajaban cientos de hombres, guerreros curtidos, pero también soñadores, mercenarios, esclavos liberados y desertores que buscaban algo más allá de las arenas de su tierra natal. Cada uno llevaba consigo un destino que aún no estaba escrito, una llama que se encendería en los campos de la Hispania visigoda. La misión de Táriq no era solo militar. Bajo la apariencia de la conquista se ocultaba una red intrincada de lealtades, intrigas y secretos que amenazaban con quebrarse bajo el peso de la incertidumbre. Los espías enviados antes de la flota habían traído noticias contradictorias: reyes que traicionaban a sus vasallos, nobles cristianos dispuestos a pactar con el diablo y facciones enfrentadas en una lucha interna por el poder. En ese juego de sombras, Táriq había aprendido a desconfiar incluso de los aliados más cercanos. La tormenta que se avecinaba no era solo una metáfora; era real y tangible, y amenazaba con envolverlo todo. El cielo estaba cargado de presagios, pero a pesar de la oscuridad, Táriq sonrió. Era un hombre acostumbrado a jugar con los dados del destino, a leer los silencios de los hombres y a encontrar la verdad en medio de la confusión. Sabía que no sería recordado por las batallas que estaban por librarse ni por los reinos que caerían ante su espada. No, su legado sería el silencio entre los relatos, las líneas no escritas en los libros de historia. El servicio secreto que había tejido, una red invisible que mantenía el pulso de dos mundos enfrentados, sería el verdadero motor de esta conquista. La primera piedra de esa red estaba a punto de caer, y el eco de su impacto resonaría en los campos, en las cortes y en los corazones de los hombres por generaciones. Con un último vistazo al horizonte, Táriq dio media vuelta. Sus órdenes estaban claras, y los jugadores habían tomado sus posiciones. La partida había comenzado.


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