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jueves, 30 de junio de 2016

Nuestros antepasados romanos establecieron leyes que nunca antes se habían conocido en
nuestro territorio, como los contratos de compraventa o arrendamiento. Antes de los
romanos, al comprar a alquilar algo, tenía que bastar con la palabra dada. Con el derecho
romano, se crearon los documentos y las normas que acreditaban ante un juez la compraventa
por escrito. A día de hoy, este procedimiento sigue vigente en nuestro código civil.
Una parte importante de la población romana eran esclavos. El esclavo era una persona que
pertenecía a su amo y no tenían ningún tipo de derechos. Por no tener, no tenía derecho ni a
casarse. Al amo no le importaba que hubiera amor entre sus esclavos, sólo le importaba que se
multiplicaran lo máximo posible, para aumentar así su número. Como propietarios absolutos
que eran de sus esclavos, los romanos se podían acostar con ellos. Si tenían hijos con algún
esclavo o esclava, podían mantenerlos como esclavos o liberarlos, según su deseo. Al esclavo
que vivía en las ciudades, su amo no le solía maltratar, porque era parte de su patrimonio y
tenía un valor económico. Un ciudadano romano cuidaba a su esclavo de la misma manera que
cuidaba su carruaje o su propia casa.
Un esclavo, por lo general, era liberado antes de morir, para que tuviera un entierro digno,
porque no tenía derecho ni a ser enterrado. También podía ser liberado por su amo en
testamento, como acto de gracia. Los esclavos que tenían el encargo de su amo de llevarle un
negocio, podían ahorrar y comprar su propia libertad. Se convertía entonces en liberto de su
amo, al que debía cierta obediencia. Algunos de estos libertos, esclavos liberados, se
convertían en artesanos o comerciantes. Hubo libertos que llegaron a ser más ricos que sus
antiguos amos.
En la época romana, no era nada extraño que el funcionario público se enriqueciera. El
funcionario público siempre recibía dinero o regalos por otorgar cargos y favores. Es decir, si el
gobernador de una provincia o una ciudad nombraba a un romano para un cargo público, éste
podía gratificarle por ese nombramiento. Incluso el mismísimo emperador de Roma cobraba
por sus favores. Pagar a quien te mantiene en tu puesto, o te hace favores, era la costumbre
aceptada por todos en la época romana. Eso sí, el límite de lo que un funcionario debía cobrar
a su favorecido, lo marcaban las virtudes romanas que todo buen ciudadano debía tener. En el
caso de que el funcionario se excediera en su codicia, era depuesto, exiliado y privado de su
patrimonio y derechos civiles. El político o funcionario público podría cobrar comisiones. El
funcionario o político podía cobrar comisiones, pero corría con los gastos de espectáculos,
fiestas e incluso con la construcción de edificios públicos. Más de una vez, esta práctica llevaba
al funcionario a la ruina. Pero, al mismo tiempo le servía como campaña electoral para ser
elegido de nuevo.


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